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Estos días hemos estado reflexionando sobre la
planificación estratégica de la responsabilidad social con los
participantes en el Master Universitario de RSC de la UOC. Me
gusta insistir en que existe el riesgo de reducir este enfoque de
gestión a la suma de una serie de buenas prácticas, y por ello, es
importante otorgar relevancia al liderazgo responsable y a la
incorporación de los valores de la RSC dentro de la planificación
estratégica. He escrito esta reflexión para lanzar un
mensaje sobre la necesidad de reforzar el vector de buen gobierno en la
implantación de la RSC.
Podemos exponer nuestras preferencias sobre si preferimos unas empresas capitalistas o de economía social. Podemos
decidir de premiar a las empresas que muestren más responsabilidad
hacia la sociedad... Pero, sin duda, lo que la gran mayoría de los
consumidores valoran es la calidad. La calidad se percibe
en la prestación del servicio... pero finalmente la calidad también se
ve afectada por factores más amplios, vinculados a la excelencia
empresarial. Y un elemento en el que me gustaría poner el foco en esta reflexión: la misión corporativa.
La misión es la explicitación de lo que da sentido a la empresa, de su objetivo primario, del porqué de su existencia. Pero a menudo -demasiado a menudo- la misión contiene un engaño fundamental. Si
la misión de una empresa es proveer fluido eléctrico me parece obvio
que debería mostrarse muy proactiva cuando hay personas que no pueden
acceder por la situación que se conoce como pobreza energética. Es sólo un ejemplo, por la actualidad que supone.
No quiero decir que no deba tener objetivos económicos, por supuesto. Sólo quiero decir que la misión puede ser engañosa. La
misión real más bien parece que es obtener dinero de la ciudadanía a
través de un medio instrumental, que es proveer un servicio. Aunque
algunas empresas hagan el esfuerzo de formular una misión agradable
basada en el servicio que ofrecen a la sociedad, lo cierto es su misión
real es otra, que es la que verdaderamente alinea todas las decisiones, y
conforma el sentido de la calidad y de la excelencia, que estará
presente para mantener o captar una clientela, pero sólo con el foco
puesto en la misión real, no la publicitada.
Obviamente, esta reflexión no es un panfleto anticapitalista. Muchas
otras empresas, y especialmente muchas pymes y empresas familiares,
también quieren ganar dinero, pero el sentido misional es más claro, tal
vez porque hay un factor de proximidad de la propiedad con los
procesos, con la clientela, con la sociedad, tal vez por un sentido
vocacional y de gran sentido del oficio, o incluso por sentido romántico
de la empresa, o por sentido de responsabilidad empresarial hacia los
diferentes grupos de interés afectados... A veces, algunas empresas
pequeñas o familiares no tienen una declaración explícita de misión pero
sorprendentemente tienen una misión implícita mucho más veraz que
algunas grandes empresas, de propiedad anónima, que redactan misiones de
manual pero que ocultan la prevalencia de la misión real, de la que
efectivamente mueve todas las energías y sirve para tomar decisiones y
priorizar. La misión no debería ser el antifaz amable para
hacer posible lo que Max Amsterdam definió como "la gran empresa es el
arte de extraer dinero del bolsillo ajena sin recurrir a la violencia".
La
reflexión, pues, tiene una pretensión: alabar las empresas que ofrecen
una calidad global y a largo plazo a partir de estar guiadas por una
misión centrada en lo que ofrecen a la sociedad, y que su pretensión
legítima de beneficio no altera una voluntad de servicio que tiene en
cuenta sus grupos de interés.
De hecho, la RSE quizás
empieza por ahí, por una misión que pone el foco en un servicio a la
sociedad y por una capacidad de darle cumplimiento. ¡Que no
me hablen de la acción social que hace una empresa de telefonía, por
ejemplo, si primero no está en condiciones de darme un buen servicio! Y
no sólo eso: que no me hablen de acción social si no es capaz de
desarrollar una misión real relacionada con ser un instrumento básico
para el desarrollo de la actividad profesional y económica de muchas
empresas y personas que tienen en las comunicaciones un recurso central.
Lo que, por supuesto, no está al margen del legítimo rendimiento que tenga que obtener la empresa proveedora. Es
más, satisfacer esta misión y no limitarse a facturar es lo que
permitirá que la sociedad considere que sus beneficios se obtienen con
legitimidad y que se gane ciudadanía corporativa o licencia social para
operar.
Con todo afecto por las acciones de carácter social, creo que hace falta
un reforzamiento del vector del buen gobierno en todas las reflexiones y
aproximaciones que se hacen en torno a la responsabilidad social. Ha llovido lo suficiente para que nadie pueda alegar que había confundido el sentido del adjetivo "social". La
responsabilidad social es la responsabilidad ante la sociedad, es
decir, ante los diferentes grupos de interés, y nadie puede obviar que la RSE comienza por la "responsabilización social" en la ejecución de la misión corporativa.
A veces se dice que la RSE comienza después del cumplimiento de la ley. Esto es tan obvio o tan simplificador que no hace falta ni decirlo mucho, ya que además lanza un mensaje confuso sobre el sentido real de la RSE. Yo más bien diría que la RSE comienza en una misión corporativa responsable socialmente y una ejecución que haga reales estos atributos.
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