Los tiempos se han acelerado, también en la política catalana. Si hace unos años la independencia de Cataluña parecía un sueño utópico, hoy día da la impresión de que Cataluña recuperará la independencia en el corto plazo.
Los análisis que se hacen estos días por parte de la gente de la calle ya no hablan sobre si conviene o no el estado propio sino sobre cómo será ese estado propio, y de todas las circunstancias políticas y extra-políticas: si tendremos o no ejército, si hay riesgo de salir del euro, en qué liga jugará el Barça, si se producirá boicot desde España...
En paralelo con este estado de ánimo interno, hay que observar el cambio de percepción que se ha producido en todo el mundo: la prensa internacional ha pasado de ver Cataluña como un peligro a considerar justas sus reclamaciones. ¿Qué ha pasado? Pues que se han dado cuenta de que sus corresponsales en Madrid les daban información absolutamente tendenciosa. El contacto directo con la realidad catalana les ha hecho dar la vuelta a sus puntos de vista. Y de hecho, muchos analistas han coincidido en observar que esta gran manifestación había supuesto otro punto de inflexión: la manifestación ya no se dirigía a España con voluntad reivindicativa o pedagógica sino que se dirigía a Europa y al mundo, considerando los esfuerzos orientados un mejor encaje de Catalunya en España como propios de una etapa superada.
Si este cambio internacional es interesante desde un punto de vista de la calidad periodística, analizar qué sucede en España tiene un enorme interés sociológico. La manera resumida de expresarlo sería la siguiente: los líderes españoles, la prensa, y en consecuencia la inmensa mayoría de la población, se habían llegado a creer las propias mentiras: que todo era un invento del presidente Pujol, que los catalanes estaban manipulados, que el sentimiento nacional catalán era una rémora a punto de desaparecer... Y ahora no se sabe cambiar el guión, no pueden reconocer que son ellos los que han estado manipulado a su población.
Cuando se produjo el cambio de gobierno en Cataluña y entró el Tripartito, ya se extrañaron de que el catalanismo permaneciera presente, pero eran años de un españolismo expansivo. España crecía, las multinacionales españolas se abrían en latinoamérica, la política española de uno u otro color se mostraba eufórica en su nacionalismo de Estado... Y el peso económico de Cataluña decrecía porcentualmente, por lo que "el problema catalán va a dejar de serlo en poco tiempo".
La actitud de desprecio por parte de España hacia Catalunya, el expolio económico, la inutilidad del voto del pueblo en el caso del Estatut, la utilización política del mundo judicial, la evidencia de la voluntad de acabar con Catalunya tanto con su sentimiento nacional, como con la lengua, la economía... han supuesto que una gran parte de la población haya asumido que el encaje de Cataluña dentro del proyecto español es imposible.

Y si hablamos de encuestas, también son muy interesantes las que vienen de la parte española. El diario El País hace una encuesta sobre la aceptación de la independencia de Cataluña. Y el resultado es claro: ocho de cada diez españoles residentes fuera de Cataluña responden que la aceptarían. Pero con dos rotundas condiciones: que lo decida, en consulta popular, una amplia mayoría absoluta de los catalanes y que esta decisión sea pactada y consensuada con el resto de España. Hay que decir que la encuesta también indica una incomprensión del descontento de Cataluña, y un desconocimiento del esfuerzo económico que supone para los catalanes mantener el estado español. En todo caso, este sentido de tolerancia mayoritaria muestra que hay una inmensa mayoría silenciosa que piensa de manera mucho más razonable que sus dirigentes políticos.
Estos datos también sugieren el gran error histórico del PSOE, que a lo largo de toda la democracia ha sido prisionero de un discurso nacionalista español que comparten populares y socialistas. El problema es que el PP aparece con más autenticidad para este discurso a los ojos de la población y el PSOE no ha usado esta materia para diferenciarse de su adversario político, lo que habría sido lógico si hubiera sido fiel a su ideario federalista. Desgraciadamente han hecho seguidismo del PP, a partir de unos liderazgos que tenían el nacionalismo español muy interiorizado, y han logrado hacer que estos valores formen parte del conjunto de la población a la vez que han generado una alergia generalizada en Cataluña. Descubrió que un 80% de la población española sería mucho más tolerante debería suponer un elemento de reflexión sobre el sentido democrático de estos dos grandes partidos. Y aún hoy, Rubalcaba, el líder socialista, hacía afirmaciones del tipo " Catalunya saldrá con España y Europa de la crisis o no saldrá ", sin aceptar las cifras que muestran que, sin España, Catalunya ya estaría fuera de la crisis. Asimismo, Rubalcaba no sabe salir del juego de los partidos políticos y acusa a Mas de pretender la secesión, sin haber asumido que es la ciudadanía la que mayoritariamente y democráticamente lo están decidiendo. Y el colmo del cinismo es cuando acusa a Mas y Rajoy de haber llegado a esta situación, sin hacer la más mínima autocrítica del papel del PSOE y del gobierno de Zapatero.

Desde España, la reacción ha sido pasar del desprecio a la amenaza. Y usar la Constitución como arma contra la voluntad popular. El presidente Mas ya ha indicado que "La voluntad del pueblo está por encima de las leyes y la constitución". Pero las amenazas no se quedan aquí sino que van desde la posible e impensable intervención militar hasta el empobrecimiento que supondría para Catalunya y el alejamiento de Europa y el euro. Harían bien en leer la prensa internacional: el New York Times recoge el "dramático error" que sería no escuchar Cataluña.
El nacionalismo español presente en Cataluña también ha puesto rápidamente en marcha su estrategia, la de intentar romper Cataluña, con campañas tan divertidas como esta: 'Sarrià-Sant Gervasi is not Barcelona'. Merecen absoluta ignorancia: el día que crean de verdad en la democracia hablamos, ¿vale?
Ahora es momento para la política de altura, para los grandes liderazgos, para la democracia. Ahora sería el momento que desde la parte española intentaran convencer a los catalanes de por qué vale la pena quedarse en España. Ya es demasiado tarde, pero es lo que tocaría. Ahora deberíamos esperar un debate sereno sobre los pros y contras. Y todo lo que encontramos son amenazas (la política del miedo), insultos (no sólo a las redes sociales sino en boca de personajes públicos), mentiras (por parte de presidentes de comunidades autónomas, entre otros)... Son unos argumentos que finalmente -se exprese con esta contundencia o no- tienen un punto de partida común: un sentido de propiedad que se puede interpretar como derecho de conquista. ¿Hay que volver a poner el ejemplo del divorcio? ¿Todavía hay quien cree que una mujer maltratada debe quedarse en casa e intentar ella hacer un esfuerzo para que su marido la trate mejor y no le pegue?
Para apoyar la libertad y la democracia, para mostrar aceptación al derecho de los catalanes a decidir nuestro futuro, no han aparecido voces por parte española. No han aparecido intelectuales, no han aparecido políticos, no han aparecido religiosos, no han aparecido organizaciones sociales, no han aparecido expertos en ética... Tan sólo dos personajes públicos han mostrado comprensivos: uno del mundo del espectáculo y uno del mundo del deporte. Curioso, muy curioso, y triste y lamentable. Seguro que hay más que no se atreven a hablar públicamente por miedo a represalias o a la incomprensión del entorno.
En en mundo del deporte tradicionalmente ha habido muestras de españolismo militante, que no es necesario recordar. Y ahora mismo, ha sorprendido la toma de posición por parte del ex jugador Alfonso, crítico con quien fue su ex compañero en el Barça y la selección española, Pep Guardiola. Calificó de "decepcionante" el apoyo de Guardiola en la marcha independentista y añadió: "Si Pep se siente tan catalán no sé por qué se puso la camiseta de la selección española". Este comentario es representativo de la gran diferencia entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo español. El nacionalismo catalán habla de libertad, profundización democrática, derechos civiles, respeto a la diversidad ... mientras que el español tiene un carácter profundamente identitario y alejado de los derechos democráticos. El nacionalismo español insiste en su objetivo de eliminar la diversidad nacional presente en el actual estado español, y no acepta ni puede entender que alguien no se sienta identificado con la nación española.
Desde Responsabilidad Global tenemos especial interés en un aspecto, sobre el que estamos preparando un artículo: si Cataluña opta de manera pacífica y democrática para acceder al estado propio, ¿cuál será el comportamiento de las grandes compañías privadas? ¿Aceptación plena de la decisión ciudadana actuando como una empresa socialmente responsable que sabe escuchar a la sociedad, o bien se someterá a los intereses políticos de una parte actuando activamente contra la vía democrática?
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